España, entre el Señor de los Anillos y Juego de Tronos

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Como es sabido el candidato Pedro Sánchez obtuvo en la última votación para ser elegido presidente del Gobierno sólo 124 votos (123 del PSOE y 1 de un señor de Santander), es decir 35,43 % de los posibles y 52 menos de los necesarios para su proclamación.

Desde entonces son varias las fuerzas sociales que se mueven para que PSOE y Unidas Podemos alcancen, juntamente con otros partidos un acuerdo que permita al actual presidente en funciones serlo en plenitud. Conozco, así mismo, personas votantes de Ciudadanos que se sienten mal porque el partido no se abstuvo para posibilitar así que gobernara Pedro Sánchez.

En lo que prácticamente todos coinciden del Rey para abajo (incluido el monarca) es en que volver a elecciones en noviembre es abominable porque genera inestabilidad.

Pueden tener razón; seguro que en parte la tienen pues poseen datos y reciben consejos de gente muy cualificados.
Sin embargo me atrevo a negar la mayor. Y lo resumo en tres ideas. Una: repetir elecciones no es lo peor. Dos: este gobierno estable de Pedro Sánchez hoy es un gobierno derribado mañana. Tres: la estabilidad en el mal nunca produce beneficios para España.

Repetir elecciones no es lo peor. Lo peor es perder establemente la integridad de España. Si, fracasado el intento de gobierno de coalición entre PSOE y Unidas Podemos, se busca que esta última formación se conforme con menos, no lo hará. Y si lo hiciesen sería, como tienen declarado, sacando las entretelas a los españolas (y españoles) con un gobierno para políticas genéticamente empobrecedoras. El antecedente del final del gobierno Zapatero debiera constituir suficiente aviso a navegantes. Repetir elecciones no es lo peor, si la otra opción es que gobierne así.

Este gobierno estable hoy es un gobierno derribado mañana. Pero mañana, mañana. El andamiaje de la mayoría que lo sustentaría - básicamente la que con su no aprobación de los presupuestos convocó las elecciones - tendría al gobierno de Su Majestad en un ay cada viernes. Estaría cediendo día tras día, ya frente a los que quieren romper España, ya ante los que quieren convertir el Reino en una república bolivariana.

En el Congreso se asienta 14 formaciones políticas: La suma del PSOE (123) más Unidas Podemos (42), Compromís (1), Partido Nacionalista Vasco (6), Coalición Canaria-PNC (2) y Partido Regionalista de Cantabria (1) da 175 escaños. A un voto de la mayoría absoluta. Necesita en todo caso dos cosas: al menos una abstención en el resto de fuerzas, y que, supuestos estos apoyos, los mismos permanezcan fieles.

Lo primero es fácil,  lo otro no tanto: la fidelidad de un partido político es como la de una meretriz ambiciosa, hay que pagarla. Y aún así no está garantizada la fidelidad. Si no que se lo pregunten al entonces presidente Rajoy cuando tras las carantoñas y arrumacos en los últimos Presupuestos aprobados, el PNV cogió la pasta y luego, en la moción de censura, mordió la mano que le había dado el cuponazo.

La estabilidad en el mal nunca produce beneficios. El mal para España es hoy doble: uno es el deseo de separación de los que gobiernan Cataluña (más País Vasco y Navarra) y, otro, que la lucha partidaria no es a favor de España (siquiera con unos cortos ideales), sino por el poder. Todo el poder. Todo el poder, todo el tiempo. Todo el poder, todo el tiempo y a cualquier precio. Poder irrestricto. Poder hasta la escuela, los hábitos de vida, la fe, y aun la alcoba.

Una amiga a la que escucho con agrado, gran lectora y fina analista de la realidad social, me ponía ante los ojos dos visiones de la política que en Occidente están enfrentadas.

De una parte el mundo de quienes viven la trascendencia del “Señor de los Anillos”, de personajes con defectos y fallas, pero sabedores de que hay algo grande y valioso que conseguir para los demás. Estos no dudan, como Bilbo Bolsón, en acometer esa misión, y no por provecho propio o de la Comarca (partido), sino con el sentido de misión de alto rendimiento para todos.

De otra los que están sumergidos en una cosmología tipo “Juego de Tronos”, donde el poder propio o de la propia casta (partido) determina todo pensamiento, palabra, programa y acción. Ahí, pueden invocarse unos “principios” que se modifican, incluso durante la misma sesión parlamentaría, con tal de sobrevivir políticamente. Un podrido mundo donde Tyrion Lannister puede espetar: “déjame darte un consejo, bastardo. Nunca olvides lo que eres. El resto del mundo no lo hará. Llévalo como una armadura y nunca podrá ser usado para herirte”.

Es fácil ver a cuál de estas dos visiones responde la actual realidad española y cuál es la preferible.
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