Pese a su rostro un poco adusto Fernando Morán era una persona afable con la que era agradable conversar. (Foto: RTVE)

El legado de Fernando Morán, un ministro sencillo no carente de dignidad

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Del ministro de Asuntos Exteriores en el primer gobierno socialista de la transición, Fernando Morán, ha hecho una excelente semblanza Lola Paredes en este periódico, Hechos de Hoy. El único problema que tuvo Morán como ministro no fue haber escrito antes el libro “Una política exterior para España”, sino habérselo creído.
 
Tuve el honor de trabajar cerca de Fernando Morán durante unos años, en calidad de corresponsal diplomático de TVE por lo que cubrí para ese medio diversos viajes del ministro de exteriores del primer gobierno de Felipe González. El periodo que tuve más frecuentes relaciones con Fernando Morán fue durante el segundo periodo de la Conferencia de Seguridad y Cooperación en Europa en cuya sede, el Palacio de Congresos de Madrid situado en la calle General Perón.

Allí tuve un despacho permanente junto con unos compañeros que aseguraban la cobertura técnica y allí conversamos con Fernando Morán en numerosas ocasiones. Era la época en la que circulaban chistes sobre su persona que normalmente reflejaban una cierta ingenuidad atribuida a su carácter pero sin intenciones ofensivas (no había redes sociales en aquellos años).

Terminadas las sesiones de Madrid de la CSCE, tenía que hacerle una entrevista que saldría en directo en el telediario de ese día por la noche. Hablamos previamente de los temas que trataríamos y a última hora apareció una compañera mía de los informativos, enviada por alguien que quería que se luciera, excelente persona que no tenía mucha idea de la conferencia ni de su desarrollo. Morán salvó la cosa con diplomática habilidad. Al final pidió para todo el equipo de periodistas y técnicos, que estuvieron con él día a día más de un año, la medalla del Mérito Civil que gracias a su gestión nos fue generosamente concedida.

Pese a su rostro un poco adusto Fernando Morán era una persona afable con la que era agradable conversar. Su libro Una Política Exterior para España se publicó en Planeta en 1980. En él se planteaba la posición que España, a su entender, debería tomar en relación a los problemas que en aquel momento ocupaban y preocupaban a los responsables de la escena internacional. Recordemos que era en plena “guerra fría”.

En el libro se reflejaban sus ideas expresadas con elegante precisión y fundamento sin eludir sus raíces izquierdistas. Cuando empezó claramente a intentar poner en práctica sus ideas diseñadas en el papel -ya se sabe que el papel lo aguanta todo- empezó a tener si no problemas si resistencias en La Moncloa. De una manera suave pero evidente las decisiones importantes en política exterior comenzaron a ser controladas más directamente por el propio Felipe González.

Esto no quiere decir que fuera un ministro maceta y es innegable que trabajó y duro por el prestigio de España en el exterior pero tuvo que tragarse sapos, como el de la OTAN. Es indudable que realizó una gran labor durante las negociaciones de adhesión a la entonces Comunidad Económica Europea, entrada a la que el socialista François Mitterrand se oponía radicalmente -lo que el propio presidente francés me reconoció personalmente en una conversación en Lille cuando yo desempeñaba la corresponsalía de TVE en Paris.

También es cierto que no partía de cero pues España ya tenía firmado con la CEE desde 1970 un tratado comercial preferencial cuya negociación había sido pilotada por el ministro Ullastres y que fue una excelente puerta de entrada de nuestra economía en las estructuras europeas.

Del rey Hassan de Marruecos, Fernando Morán recibió algún que otro desaire como hacerle levantar de la mesa durante el segundo plato del almuerzo en el hotel La Mamunia de Marrakech, para recibirle, lo que el delicado soberano alauita hacía frecuentemente con sus visitantes -como con la reina Isabel II a la que tuvo esperando una hora antes de recibirla con todos los honores.

Tengo un buen recuerdo de Fernando Morán, como uno de los pocos ministros que he tenido que tratar, con el que se podía estar a gusto por su sencillez no carente de dignidad.
 
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