Ana Julia Quezada, los ojos del horror en la muerte de Gabriel

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Tras un año y medio después de que la desaparición de Gabriel Cruz conmocionara a España, el caso vuelve a la actualidad. Comienza así el juicio contra su asesina confesa, Ana Julia Quezada, quien durante los días que duró la búsqueda del menor fingió dolor y rabia por no saber dónde estaba el pequeño y cuál era su paradero. 

Gabriel Cruz Ramírez tenía ocho años cuando desapareció el 27 de febrero de 2018. Estaba pasando sus vacaciones escolares por el puente del Día de Andalucía en casa de su abuela, en la localidad almeriense de Las Hortichuelas, que se encuentra en el parque Natural de Cabo de Gata-Níjar.

Después de comer, el pequeño se marchó a jugar a casa de unos familiares que se encontraba ubicada a tan solo 100 metros de la casa de su abuela, pero nunca llegó. Fue alrededor de las 18:00 de la tarde cuando sus padres se dieron cuenta de que Gabriel había desaparecido y, al no localizarlo, dieron aviso a las autoridades.   

Desde que se emitiera la alerta por desaparición hasta que la Policía localizó el cadáver transcurrieron doce días en los que se movilizaron más de 1.500 profesionales de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado y unos 2.600 voluntarios.

Los progenitores, que estaban separados pero mantenían muy buena relación entre ellos, no creían que Gabriel hubiese decidido ir al monte solo ni que se hubiera podido despistar cuando se dirigía a casa de sus familiares porque conocía bien la zona y era un trayecto muy corto.

La principal hipótesis era que Gabriel podía haber sido secuestrado, así que los operativos de búsqueda revisaron sin descanso los alrededores de la localidad.

Fue así como nació lo que se constituyó como Marea de buena gente, que consiguió arropar a los padres durante toda la búsqueda. Conocidos y desconocidos así como los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado y medios de comunicación estuvieron junto a los padres de Gabriel intentando encontrar al pequeño.

Pese a que en un primer momento se puso el foco mediático sobre una expareja de la madre de Gabriel que tenía una orden de alejamiento, la principal sospechosa fue Ana Julia Quezada, de 44 años y de origen dominicano, quien en el momento de la desaparición de Gabriel mantenía una relación sentimental con el padre del niño, Ángel Cruz.

Quezada aparecía públicamente ante los medios de comunicación junto a su pareja y, a menudo, simulaba estar preocupada y compungida. 

Ella era la única persona, junto con la abuela de Gabriel, que había estado con el niño antes de la desaparición, pero preparó una coartada para excusarse. Quezada explicó que le había pedido al pequeño que la acompañase hasta una finca familiar situada en Rodalquilar, Níjar, porque tenía que hacer allí una reforma y le prometió que lo devolvería pronto a casa para que pudiese visitar a sus primos, como tenía planeado.

Los agentes llevaban tiempo sospechando de Quezada por varios motivos. El primero, que fue ella la persona que encontró el 3 de marzo una camiseta del niño en una depuradora que ya había sido registrada oficialmente durante la búsqueda. Pero, además, la camiseta estaba seca y no tenía signos de deterioro, pese a que el terreno estaba mojado porque había llovido.

Otro de los indicios es que Ana Julia se negó a entregar a la Policía su teléfono móvil, alegando hasta en dos ocasiones que lo había perdido. Y, por último, la sobreactuación de Quezada ante los medios de comunicación, cuando intentaba restar importancia al hallazgo de la camiseta o cuando daba besos a su pareja delante de las cámaras.

A partir de ahí comenzaron a seguirla para ver cómo se comportaba y qué hacía en los días de la desaparición. Tras tenderle una emboscada en complicidad con el padre de Gabriel, descubrieron que la mujer llevaba el cadáver del niño en el maletero de su coche.

Los agentes la vieron en una finca familiar introduciendo el cuerpo del menor, envuelto en una manta, dentro de su vehículo. Lo acababa de desenterrar y se dirigía a la vivienda que compartía con Ángel en Vícar, a más de 40 kilómetros de distancia, donde finalmente pudieron interceptarla. Dos días después, Ana Julia confesó el crimen.